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El Sexto: la historia del peor motín en un penal de Lima donde hubo torturas, heridos y muertos | FOTOS
El 27 de marzo de 1984, hace exactamente 39 años, el penal de El Sexto, en pleno centro de Lima, vivió el peor episodio de motines de su historia. Luego de lo ocurrido ese día de completa barbarie, su cierre definitivo era cosa de tiempo.
Los diez reclusos que empezaron el motín esa mañana del martes 27 de marzo de 1984, todos ellos avezados delincuentes, cabecillas de bandas, acabaron muy mal. Buscaban ese día la libertad, la fuga libre, pero solo encontraron la muerte. Ocho de ellos fueron acribillados por las balas policiales o acuchillados por otros criminales.
Luego del ‘momento de la paila’ matutina, a las 10 de la mañana más o menos, el infierno llegó a la tierra para los reclusos, funcionarios del INPE y agentes policiales. A esos diez hampones amotinados en el inicio, se sumó un grupo como de 14 reclusos que aprovecharon la crisis en el penal para la venganza personal o grupal entre capos y bandas.
Los reclusos habían sorprendido a un agente penitenciario a quien hirieron en el muslo izquierdo con una chaveta. Así pudieron entrar al tópico de readaptación del penal (paradójico nombre para lo que se estaba viendo en vivo). Allí se parapetaron. Estaban proveídos de tres petardos de dinamita, una pistola, cuchillos y trozos de botellas. Así comenzaron a actuar con una desesperada violencia contra los rehenes, en quienes enfocaron todas sus frustraciones, odios y violencia.
Ubicado entre las avenidas Bolivia y Alfonso Ugarte y el jirón Chota, desde las calles aledañas se podía escuchar y sentir cómo dentro de esas paredes antiguas del penal la vida empezaba a valer muy poco: disparos, gritos, pedidos de auxilio, explosiones, llantos, súplicas, lo peor del ser humano se alineó para hacer de ese día una tragedia.
Los delincuentes amotinados tomaron en total a doce rehenes civiles. Pero de nada les serviría, porque el gobierno de Fernando Belaunde Terry privilegió el “respeto a la autoridad” más allá de cualquier otro asunto. De esta forma, en las azoteas contiguas se ubicaron -desde muy temprano- francotiradores de la Guardia Republicana (GR), cuerpo policial entonces responsable de la seguridad en las cárceles del país. Estos especialistas serían certeros en su momento.
EL SHOW DE LA TELEVISIÓN Y LOS AMOTINADOS QUE NADA TENÍAN QUE PERDER
Al tener un televisor dentro del penal, los amotinados supieron de inmediato que eran filmados en vivo por la señal local, especialmente por el Canal 5 y Canal 4, a los que se sumaron los demás medios televisivos de reciente aparición (canales 9 y 2).
Así, los hampones empezaron a actuar con más ensañamiento contra las víctimas. Los sacaron, uno a uno, frente a un muro y, con afilados cuchillos, los herían y en algunos casos los quemaban vivos tras echarles kerosene. Ellos querían visibilidad y la tuvieron durante varias horas.
Llegaron al extremo inhumano de mostrar improvisados carteles donde expresaban amenazas y advertencias de muerte que escribieron -según testigos- con la propia sangre de sus cautivos. Dos delincuentes, Luis García Mendoza ‘Pilatos’ y Eduardo Centenaro Fernández ‘Lalo’ (el que acuchilló a un empleado penitenciario que logró huir) fueron los cabecillas más conspicuos.
‘Pilatos’ y ‘Lalo’ no salieron vivos del penal. Otros dos internos, también cabecillas, fueron abatidos: José Luis Sakoda Larrea ‘Chino Sakoda’ y, el peor de todos, Víctor Ayala ‘Carioco’. Sobre el destino final de ‘Pilatos’ hay dos versiones: en una, no quiso rendirse ni ser capturado, por eso prefirió morir cortándose a profundidad el abdomen cuando vio que la Policía estaba por detenerlo. La otra versión, sin embargo, indicaba que ‘Pilatos’ murió baleado por la Policía. El otro criminal, ‘Chino Sakoda’ se habría suicidado apuñalándose en varias partes del cuerpo.
El caso del delincuente amotinado Juan Zavaleta Gonzales (a) ‘Beto’, fue increíble. Cuando todo estaba dominado por la GR al despuntar el alba, este optó por esconderse en un baño. Al ser descubierto por la mañana, temprano, se prendió fuego. Pero antes de que muriera, quizás en un gesto de misericordia humana, la Policía terminó de matarlo de un tiro en el pecho.
La mayoría de los amotinados principales (8 de 10) cayó abatido en la madrugada, ya sea por venganzas internas o por las certeras balas de los miembros del batallón de la Guardia Republicana ‘Yapan Atic’ (“Los que todo lo pueden”).
EL INFIERNO DE EL SEXTO: EL ENSAÑAMIENTO CON LOS REHENES
Pero la imagen que nunca se nos borrará de la memoria sería la de los amotinados tomando represalias contra los inocentes rehenes. Doce personas en total. Además de tres internos: Guillermo Cárdenas Dávila (a) ‘Mosca Loca’, Eduardo Núñez Baraybar y Antonio Díaz Martínez, hubo nueve funcionarios del INPE, entre trabajadoras sociales, abogados, psicólogas, secretarias, entre otros; la mayoría de ellos salió con vida, pero con múltiples heridas.
Lamentablemente, hubo dos víctimas mortales entre los rehenes. Se trató de Carlos Rosales Arias, empleado penitenciario durante 29 años, quien falleció el 2 de abril de 1984, debido a un paro cardíaco en el hospital (había sido torturado y quemado vivo ese día por Víctor Ayala (a) ‘Carioco’); y de Rolando Farfán Cassia, quien parecía que se salvaba del balazo a quemarropa que le propinó el delincuente José Zavaleta Gonzales (a) ‘Beto’, pero no fue así finalmente. ‘Beto’ era el único que tenía pistola.
Antonio Díaz Martínez era un cabecilla senderista que cumplía allí una condena y Eduardo Núñez Baraybar, un sujeto implicado en el ‘Caso Langberg’ vinculado al narcotráfico. Ellos salieron ilesos. De esos tres rehenes-reclusos solo murió ‘Mosca Loca’, el capo narco, acorralado por un recluso que lo asedió con un verduguillo, y con el que le cortó las dos orejas y luego lo atravesó por la yugular varias veces.
El ensañamiento atroz de los amotinados contra algunos trabajadores dio pie a especulaciones periodísticas que indicaban que los reos parecían estar vengándose de algunos funcionarios penitenciarios por algún asunto personal.
Ese funesto día, el público observó estupefacto los sangrientos sucesos desde los televisores de sus casas o desde los instalados en las tiendas del Jirón de la Unión, en el centro de Lima, o los que se veían en la avenida Larco, en Miraflores. Aquella tarde, los medios televisivos nos bombardearon con esas desgarradoras imágenes desde el penal limeño. Fue otra forma de tortura.
LA GUARDIA REPUBLICANA ENTRÓ A PONER ORDEN BAJO CUALQUIER COSTO
¿Cuándo se inició exactamente el rescate de rehenes y el control del penal? A las 9 y 50 de la noche, de ese martes 27 de marzo de 1984, los grupos especiales de las fuerzas policiales (GR con apoyo de la Guardia Civil) fueron filtrándose en el local carcelario. Se acercaba el fin.
Los agentes entraron en la cárcel camuflados en algunos autos. Actuaron valientes miembros de la Guardia Civil (GC), pero especialmente de la GR, la cual terminó la incursión y el rescate. Sus francotiradores fueron los que dieron los primeros disparos letales, y luego los inundaron con gas lacrimógeno.
Desde el mediodía, reporteros, fotógrafos y camarógrafos de televisión habían invadido la azotea del Colegio Nacional “Nuestra Señora de Guadalupe”, ubicado frente a la cárcel. En la noche, ellos fueron los primeros testigos de cómo numerosos reclusos heridos salían arrastrados por los guardias; en tanto los muertos eran bultos que hacían cola para ser evacuados.
Mientras las horas pasaban ese 27 de marzo, cientos de familiares de los internos habían pugnado por acercarse y saber de sus hijos o padres encarcelados. Nadie sabía exactamente si estos estaban entre los amotinados o simplemente habían sido víctimas de las desgraciadas circunstancias de esa jornada.
Todo duraría unas 15 horas. El motín concluyó con el ingreso total de la Policía hacia la una de la madrugada, aproximadamente, del miércoles 28 de marzo de 1984. Dos días después de la sangrienta reyerta, el diario El Comercio hizo un balance macabro: las cifras finales indicaban 20 reclusos y dos rehenes muertos, así como decenas de heridos (se hablaba de 60 heridos, aprox.).
Para muchos medios de prensa, y para la propia opinión pública, el hecho sangriento pudo haberse evitado, puesto que dos de los cabecillas del motín, ‘Pilatos’ y ‘Lalo’ habían protagonizado en la carceleta judicial, en el Palacio de Justicia, el 2 de marzo de ese mismo año (25 días antes), un pequeño motín para evitar ser enviados al penal de Lurigancho. Para ello tomaron como rehenes a un guardia republicano y un agente forense por 27 horas, exigiendo ser devueltos a El Sexto. Les hicieron caso.
El Sexto era el penal que estos internos necesitaban para protagonizar el peor escándalo penitenciario de esa década en el Perú. Una cárcel antigua, hacinada y abusiva, había que decirlo, que se construyó en 1910, en un solo piso, para ser un albergue infantil, dirigido por unas monjas. La historia macabra empezaría cuando el dictador Augusto B. Leguía la convirtió, en la década de 1920, en un tétrico local penitenciario.
El 8 de marzo de 1986, el gobierno de Alan García cerró el penal, en forma definitiva. El tristemente célebre penal de El Sexto nunca más abriría sus puertas.
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