Se llamaba Rafael de la Fuente Benavides, un nombre de resonancias coloniales pero desconocido en el mundo de las letras y humanidades. El asunto cambiaba si lo citabas por su seudónimo: Martín Adán. Hoy recordamos su muerte, acaecida el 29 de enero de 1985. Una muerte en la más absoluta soledad, lejos de homenajes, himnos y oropeles.
Nos dejó cuando Lima estaba a 48 horas de recibir al papa Juan Pablo II. Lima no pensaba en poesía sino en religión, en devoción papal. La portada de El Comercio del día siguiente, 30 de enero de 1985, en medio de noticias del mundo y banderas del Vaticano en las esquinas limeñas, daba cuenta del lamentable suceso con una parquedad asombrosa. “Murió ayer Martín Adán”, decía secamente el titular de la breve nota.
Martín Adán estudió en el Colegio Alemán de Lima, y luego en Letras y Derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. A temprana edad se enfrentó a un proceso narrativo complejo, pero fascinante: la creación de ‘La casa de cartón’, una novela muy breve, escrito a modo de un ejercicio narrativo para un curso del colegio. Era una exquisita muestra de prosa poética que se publicaría por fragmentos en 1927 en la revista “Amauta”, y finalmente en 1928, como un hermoso libro de imaginación, memoria y gran estética verbal.
Pero la realidad diaria del poeta no fue necesariamente literaria. Tuvo que trabajar algunos años en el área legal del Banco Agrícola del Perú. Eran tiempos de Luis M. Sánchez Cerro (1931) y esa labor era una persistente tortura para él. Sus crisis existenciales lo llevaron a una progresiva depresión, y por ello buscó refugio en el licor que lo trastornaba todo. De ese caos solía salir más lúcido, a veces por largos periodos, resurgiendo en esos momentos la más hermosa poesía.
La leyenda urbana cuenta que escribía en servilletas, cajetillas de cigarros o trozos de papel; casi todo perdido o de muy difícil lectura. En esos trances, Martín Adán se “hospedaba” en el hospital psiquiátrico Víctor Larco Herrera, al que era invitado por su amigo el doctor Honorio Delgado. Esto ocurría entre 1937 y 1941. Su alcoholismo se agravó, pero también su sensibilidad poética que se expresó en su imprescindible ‘La rosa de la espinela’ de 1939.
En esa especie de autoexilio terminó su tesis doctoral en Letras, ‘De lo barroco en el Perú’ (1938), que se publicó 30 años después, en 1968. Casi durante toda la década de 1940, el poeta era visitante del “Larco Herrera”. “Es el único lugar donde se puede vivir cuerdamente”, ironizaba cruelmente. Luego llegarían ‘Travesía de extramares’ (1950), ‘Escrito a ciegas’ (1961), ‘La mano desasida’ (1964), ‘La piedra absoluta’ (1966) y ‘Diario de poeta’ (1975), libros de un espíritu barroco que se enriquecía con un lenguaje de postvanguardia. Su obra poética se reunió a comienzos de los años 80, en el volumen ‘Poesías completas’.
Desde 1963 se había recluido en una clínica particular. Allí se habría mantenido 20 años, con esporádicas salidas y visitas de amigos. En marzo de 1983 reingresó al ‘Larco Herrera’, pero por poco tiempo. En ese lugar recibía a su amigo Juan Mejía Baca, su contertulio de las mañanas. Las tardes y las noches eran para la lectura o la meditación.
En 1984, el poeta dejó el hospital psiquiátrico y lo recibió el albergue Canevaro, en el Rímac. De allí salió en enero de 1985 rumbo a una cama del hospital Loayza para vivir, casi en las tinieblas, su última semana de vida. Aún en esos días, como indican algunos testimonios, Martín Adán no dejó de leer El Comercio con el apoyo de una inmensa lupa.
La derrota final del poeta sucedió a las 10 y 30 de la noche, en el hospital Loayza, en la avenida Alfonso Ugarte. Allí, un día antes de ser operado, falleció de un paro cardiaco.
En su velatorio, su amigo Juan Mejía Baca declaró a los medios: “El motivo por el cual Martín Adán y tanto otros artistas se aíslan totalmente en nuestra sociedad es que, en nuestro país, los gobernantes han manifestado siempre una absoluta indiferencia por la gente que piensa”.
Su muerte -tras 10 años de silencio poético- fue una sorpresa para la prensa peruana, pese a que el autor de ‘La casa de cartón’ se hallaba internado hacía días en el Loayza. Falleció el martes 29 de enero de 1985. Fue enterrado en el cementerio El Ángel el 31 de enero. Todo fue en silencio, como él hubiese querido.