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¿Cómo fue el segundo entierro del escritor peruano José María Arguedas? | FOTOS
La exhumación del cuerpo ocurrió en 1976, siete años después de su violenta muerte, tras dispararse un tiro en la cabeza, en un salón de la Universidad Agraria La Molina a fines de 1969. El cuerpo de José María Arguedas pasó de un frío nicho de cemento al calor de la tierra.
El viernes 28 de noviembre de 1969, el día en que el escritor peruano José María Arguedas (1911-1969) atentó contra su propia vida en un salón de la Universidad Agraria La Molina, el Perú se paralizó a la espera de que los médicos del Hospital del Empleado pudieran salvarle la vida. No lo pudieron hacer, y el autor de “Yawar Fiesta” (1941), “Los ríos profundos” (1958), “El Sexto” (1961), “Todas las sangres” (1964) y “El zorro de arriba y el zorro de abajo” (1971, novela póstuma), murió a las 7 y 30 de la mañana del 2 de diciembre de ese año. La década del 60 terminaba trágicamente para los peruanos
José María Arguedas tenía solo 58 años, una esposa, la chilena Sybilla Arredondo (la segunda esposa, en verdad, porque la primera fue la peruana Celia Bustamante) y tres hermanos: Arístides, Nelly y Pedro. Y tenía, sobre todo, sus libros de ficción y sus estudios antropológicos para hacer frente al mundo. Un mundo que lo apabulló finalmente.
Sus restos humanos, luego un conmovedor velatorio y numerosos homenajes de la universidad y las instituciones culturales del país, fueron a parar, el 3 de diciembre de 1969, a un nicho de cemento, en las instalaciones del Cementerio General El Ángel, en los Barrios Altos (Cercado de Lima).
A partir del día siguiente de ese primer entierro, mucha gente sintió que el hombre que escribió sobre el agua, los ríos, la tierra, la gente del mundo rural, del campo, personas que dependían de las cosechas que esperaban cada año; ese hombre, no merecía tener un reposo eterno en un cuarto de cemento. De esta forma, se fue formando la idea de que los restos de José María Arguedas debían estar bajo tierra, haciéndose uno con ella.
Arguedas: el día de su segundo entierro en el mismo cementerio limeño
El mismo día en que el alcalde de Lima, el general (r) Arturo Cavero Calisto dirigía una sesión del Consejo Provincial de Lima, donde se leería el Acta de Fundación de Lima por el 441 aniversario de la capital, aquel 18 de enero de 1976, en el cementerio El Ángel, otra ceremonia no menos importante impresionaba por su simbolismo a todos los presentes.
Mientras en el Centro de Lima, la figura de Francisco Pizarro, el conquistador español, era exaltada por las autoridades municipales y eclesiales, la figura del escritor peruano José María Arguedas volvía a estar en boca de todos, al menos para los que la cultura peruana tenía algún sentido y trascendencia social y humana.
La exhumación de los restos del escritor indigenista se realizó en la mañana de ese día de celebraciones limeñas. Fue una ceremonia sencilla, y a la que asistieron familiares del creador literario y antropólogo apurimeño y también “numerosas amistades, artistas y algunos escritores”.
Ese cambio deubicación fúnebre, del nicho de cemento, ubicado en un bloque colectivo a un espacio en la tierra, fue un pedido expreso de la familia Arguedas, que halló en las autoridades del Ministerio de Educación el apoyo necesario para hacer las gestiones respectivas. La opinión pública de ese tiempo vio como algo justo y lógico que los restos de quien escribió, pensó y luchó intelectualmente por el bienestar del hombre de campo, descansaran en paz cerca justamente de esa madre tierra.
Entre los asistentes estuvieron presentes sus hermanos, Arístides Arguedas y Nelly Arguedas de Carbajal; todos fueron testigos del momento conmovedor de mover el féretro de su sitio original. “Al retirar el ataúd del nicho, se observaron los restos del bicolor peruano con el cual fue cubierto durante las exequias del recordado escritor”.
Asimismo, como era de esperar en un escenario arguediano, hubo música y baile de la sierra sur del Perú. Dos conjuntos folclóricos acompañaron el breve traslado desde el nicho, en el Pabellón San Benito, hasta el camposanto final, es decir, en el Jardín X, Nº 3334.
La hermana del novelista, Nelly Arguedas, explicó que en la tumba definitiva del escritor (eso se creía en 1976) habría una sencilla lápida con una frase del artista inscrita. “No aspiramos a un mausoleo. Ello contradeciría la vida humilde y sencilla de mi fallecido hermano”, sostuvo.
Pero como sabemos ahora, ese no fue el lugar definitivo de descanso de los restos de José María Arguedas. Veintiocho años después, en junio de 2004, en medio de una polémica, los restos del querido novelista regresaron a Andahuaylas (Apurímac). Fue una fiesta para sus paisanos, pero no para su viuda, Sybilla Arredondo, a quien el gesto le pareció oportunista por parte de las autoridades apurimeñas.
Pese a la reacción negativa de la viuda –alejada del Perú tras cumplir una larga condena por terrorismo en la cárcel de Chorrillos–, los paisanos de Arguedas indicaron que el propio escritor había expresado varias veces y por escrito su deseo de ser enterrado en su tierra natal. De esa forma, se concretaría el tercer entierro del creador nacional.
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