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| Crónica
Joao Teixeira de Faria, conocido también como “Joao de Deus” se autoproclamaba un médium, un sanador espiritual; una especie de “mano de Dios” en el mundo de los olvidados y enfermos. No hay duda de que sabía su negocio. Con el don de la palabra fácil y algunos contactos empresariales y políticos en los países a donde iba, lograba ocupar espacios mediáticos y ser visto como un salvador. Teixeira, el curandero, sabía bien lo que valía su show.
Teixeira llegó al Perú el 28 de abril de 1991, en los meses duros en que el cólera arrasaba los pueblos del interior del país y en las propias capitales de provincia. Y Lima no era la excepción. Pero el 24 de dicho mes, cuatro días antes de pisar tierra peruana, Teixeira ya había conseguido su primer objetivo: estar en las noticias de la prensa escrita, radio y televisión.
Ese día, la Municipalidad de Miraflores, con Alberto Andrade Carmona a la cabeza, buscó clausurar, en forma definitiva, el local en la calle General Suárez, donde hacían largas colas -desde varias jornadas atrás- numerosas personas de toda condición socioeconómica. ¿Para qué hacían esas colas? Pues para obtener el bendito ticket de atención con el promocionado “sanador brasileño”. Cuando El Comercio llegó al lugar había aproximadamente tres mil personas en los alrededores, casi todas formando interminables filas para sacar turno.
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Los sedientos de salud pedían, casi suplicaban, tener el anhelado ticket con el curandero Teixeira. El alcalde Andrade encontró argumentos en los vecinos para tratar de cerrar el local que pertenecía al empresario Jonel Heredia: la gente que hacía colas había ocasionado daños a las propiedades vecinas, el tráfico estaba permanentemente interrumpido y el exceso de personas alteraba la tranquilidad y orden del sector.
Por todo ello, Heredia fue multado por el municipio con la suma de “300 millones de intis”, informó El Comercio, “debido a que su funcionamiento constituye un verdadero peligro para la salud y el orden público”.
El buen Joao Teixeira, el “milagrero”, a dos meses de cumplir los 50 años de edad, era un tipo excesivamente astuto. Se había aliado con algunos empresarios o promotores que le hicieron buena propaganda: estos afirmaban que el extranjero realizaba “curaciones sobrenaturales” a personas enfermas.
Por su parte, la embajada de Brasil en el Perú informaba que lo desconocía, y solo dijo, en un comunicado que “no es un personaje oficial, por lo tanto la embajada no tiene conocimiento de su visita. En todo caso se trata de una invitación particular, en la cual no tenemos participación”. Asimismo, los medios de comunicación de Sao Paulo y Río de Janeiro señalaron también no conocerlo.
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En la mañana del 26 de abril de 1991, con 40 efectivos entre serenos y policías, el municipio miraflorino clausuró el local de Heredia. Hubo una violenta resistencia al comienzo, pero luego los allegados al brasileño debieron ceder. Un frío cártel con el mensaje de “Clausurado por Orden Municipal” cerraba el tema por el momento. Pero lo mejor vino con la llegada del brasileño Joao Teixeira, el gurú nacido en Goias en junio de 1942 (hoy tiene 79 años); todo comenzó aquella mañana del domingo 28 de abril de 1991.
La Policía se quedó resguardando el local cerrado en Miraflores. Sin embargo, los empleados de Heredia debieron colocar otro anuncio en la puerta: “El reparto de ticket se había suspendido indefinidamente”. Como la gente no se retiraba, dicen que los del municipio trataron de confundirlos dándoles unos volantes donde se indicaba que los boletos se iban a entregar en el Estadio “La Unión”, de Pueblo Libre. Pero en ese local no hubo nada.
Entonces, esa mañana dominical, el sanador, el curandero, el médium, el hablador Joao Teixeira de Faria apareció en el aeropuerto Jorge Chávez. De inmediato partió a Miraflores donde lo esperaban los reporteros para acosarlo con preguntas apenas diera la cara. Algo incómodo, o con una fingida incomodidad (nunca se sabrá), Teixeira aseguró que podía curar el cólera. Su técnica milagrosa para curar esa epidemia que nos azotaba consistía solamente en ir a visitar a los enfermos en los hospitales; pero rápidamente aclaró que “no lo haría porque no está previsto en sus planes”.
Apenas le dieron la oportunidad, Teixeira reveló su condición de médium: dijo que no curaba por sí mismo sino que era “Dios quien cura a los que necesitan”. Declaró esto en una apretada conferencia de prensa, en el propio local de General Suárez en Miraflores, donde aún se veía lo que quedaba del cartel de clausura del municipio. Allí el “maestro” Teixeira se despachó a su gusto, aunque con la parquedad de un hombre iluminado, por supuesto. Decía, repetía más bien, que él no curaba sino Dios. Parecía preocupado en que eso quedara bien claro para todos.
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Finalmente, anunció que no se quedaría en Miraflores (donde percibió que nadie lo quería); había decidido aceptar la invitación del comerciante Jonel Heredia para hospedarse de momento en la propiedad de este en el Club Los Cóndores de Chaclacayo. Luego se quedaría en un modesto hotel miraflorino, en la avenida Petit Thouars.
Apenas enterados de los planes de curación del sanador brasileño, el Colegio Médico del Perú intervino ante la amenaza de Joao Teixeira de “operar y curar sin anestesia”. Advirtieron que estaba prohibido que lo intentara. Nadie operaba quirúrgicamente en el Perú sin un permiso médico ni fuera de la legalidad sanitaria.
Pero eso no era obstáculo para los avezados empresarios que trajeron a Teixeira. El mismo día de su llegada dijeron que no habían recibido nada oficial al respecto y que el “maestro” tenía documentos “que acreditaban que tenía facultades especiales para curar a las personas que sufren diferentes dolencias”.
Añadieron de forma sorprendente esto: “Otra prueba de que no hay oposición alguna es la inscripción de 14 médicos para que Joao los opere”. También aseguraron que recién iban a fijar un lugar definitivo para que Teixeira pudiera atender a unas dos mil personas diarias de las casi 30 mil inscritas. Varias instituciones de Lima se negaron a ceder sus locales para las sesiones del curandero; entre estas figuró el Club Alianza Lima, que tuvo que aclarar públicamente su negativa ante el rumor generalizado.
Teixeira recibió ese día una pregunta a boca de jarro: “¿Cuánto cobraba por esos ‘servicios’?”. Algo contrariado, como cuando le preguntaron si curaría a los enfermos de cólera, el brasileño contestó que “no había recibido ni un centavo”. Como los grandes divos, en medio de otras preguntas de la prensa, Teixeira simplemente desapareció, huyó del escenario como por arte de magia. La calle General Suárez lo vio huir rodeado de sus guardaespaldas particulares y también, no se sabe por qué, de un grupo de efectivos policiales.
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En medio de la confusión por las apuradas declaraciones de Teixeira, un desesperado padre de familia logró ingresar al local con su menor hija, paciente de soriasis (enfermedad de la piel), para que el brasileño pudiera sanarla, pero no pudo lograrlo. El apenado padre dijo a la prensa que Joao solo le había prometido una cita para después, no sabía cuándo.
Al día siguiente, el lunes 29 de abril de 1991, Joao Teixeira de Faria empezó a atender a los dolientes, a esa masa de gente preocupada por su salud que hizo cola desde la noche anterior. Atendió en el complejo municipal “Mama Ocllo” de Pueblo Libre. En una rápida encuesta, El Comercio pudo saber la opinión de los “pacientes” del médium de Goias.
La gente estaba dividida, pero en distintas proporciones: muchos inconformes y hasta desilusionados decían que ni siquiera les había tocado alguna parte del cuerpo; y otros, menos por cierto, hasta llegaron a asegurar que se sentían “recuperados de sus dolencias físicas gracias a Teixeira”.
Entre los casos más extraños y escandalosos, figuró el de una mujer de 67 años. Esta se había preocupado mucho en ser vista cuando entró al local con muletas y cojeando; para después salir transformada: es decir, no solo caminaba normal, sin cojeras, sino que había tirado las muletas lejos en un acto casi teatral. Ella aseguró que el “milagrero” la había sanado con sólo tocarla.
Pero, en ese mismo instante, un periodista le increpó su conducta, ya que la había reconocido de un caso distinto y bastante reciente en ese año de 1991: la mujer había hecho lo mismo (llegar coja, con muletas: y luego botar la muleta y casi saltar en un pie) ante la “Virgen que lloraba en el Callao”. Incluso en el caso chalaco, que ocurría casi en paralelo, la mujer había calificado al espiritista brasileño como un “brujo de poderes sobrenaturales falsos”. Sin embargo, la sexagenaria protestó y negó haber engañado a alguien o haber recibido dinero a cambio de su milagrosa curación. Sentenció con la convicción de una iluminada: “La Virgen del Callao me curó, pero de otros males”.
Ni en esa histórica primera jornada, ni en ninguna otra, el gurú brasileño hizo alguna “operación”, como se había promocionado. Se justificaría diciendo que respetaba las leyes peruanas. La mayor queja fue que no había ni siquiera tocado a sus “pacientes”. Los quejosos adujeron que hicieron una larga cola y que apenas Teixeira les había sonreído.
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A otros, que parecían mejor vestidos, Teixeira les había llegado a recomendar que viajaran a Brasil para “ser tratados con mayor paciencia”. Mucha gente de provincias llegó hasta el complejo municipal de Pueblo Libre, pero se fueron muy desilusionados. No pudieron acercarse al curador. Hubo casos de enfermos graves que quedaron con las esperanzas desechas. Pacientes con cáncer (leucemia), otros con problemas graves en huesos y articulaciones, numerosos casos de tuberculosis. Todos coincidieron en decir que “no sentimos nada cuando nos tocó”.
Personas en sillas de ruedas que lograron abrazar a Joao Teixeira declararon a El Comercio que apenas si escucharon que el hombre sanador les decía, con voz bajita: “Cree en Dios… Ten fe. Dios te curará si crees en Él”. Una voz de aliento, sí, pero como la que recibían diariamente de familiares y amigos.
A modo de advertencia, los colaboradores del médium brasileño les indicaron que debían comprar agua mineral, porque esos pomos se transformarían en medicina para sus males una vez que pasaran por las manos o la vista del iluminado. Al menos, los vendedores de agua en Pueblo Libre sí terminaron muy contentos, debido a sus ganancias; y es que algunas personas les compraban hasta tres pomos o más.
Asimismo, todos los pacientes se iban del complejo municipal con algunas recomendaciones dietéticas adicionales: aparte de tomar el agua bendecida por Teixeira (y no debían olvidar que la fórmula era una cucharada en ayunas, por la mañana, y otra en la noche), debían dejar de ingerir, durante 40 días, varias cosas: carne de cerdo, pescado, huevos, ají, pimienta, plátano, cítricos y bebidas alcohólicas.
Esas radicales indicaciones ya estaban colocadas en carteles dentro del local. Si no hacían eso, no habría efecto sanador, les dijeron. Es decir, se cubrían bien las espaldas. La puesta en escena incluyó a un grupo de 20 personas, previamente sentadas con túnicas blancas y con los ojos entrecerrados, como en un trance hacia la sanación, que hacían como un coro de susurros.
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El hombre milagroso del Brasil repitió el juego varios días más… Hasta que se fue el sábado 4 de mayo de 1991. Joao Teixeira de Faria no se fue del país sin antes acudir a Palacio de Gobierno, para conversar con el presidente de la República, Alberto Fujimori. El gurú Teixeira estuvo con Fujimori en la Casa de Pizarro algunas horas, al lado de su principal promotor Jonel Heredia y otros empresarios que apoyaron su visita.
A las 10 de la noche de ese día, luego de casi una semana de permanencia entre los pacientes peruanos y el poder político, Joao Teixeira, el maestro, el sanador, el médium llegó al aeropuerto y voló a las 11 y media de la noche. Según el incondicional Jonel Heredia, Teixeira tenía compromisos en Portugal y volvería dentro de tres meses al Perú. Nunca lo hizo.
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