Ese mismo día, el lunes 3 de noviembre de 1997, y también al día siguiente del inusual descubrimiento, los medios de prensa, en general, titularon la noticia con la frase repetitiva: “Antiguos cañones hallados en el Callao”. El hallazgo se realizó durante los trabajos de pavimentación de la avenida Guadalupe, frente al asentamiento humano Puerto Nuevo, en el puerto chalaco.
Nuevamente, la historia se repetía de alguna manera. Hacía solo un poco más de un año que en la plaza de Armas de Lima, en la tarde del feriado 8 de octubre de 1996, un cargador frontal que removía y nivelaba la tierra en la esquina de los jirones Carabaya y Huallaga, había chocado contra lo que se pensó era otro pedazo de riel de los tranvías, tan comunes en esas calles del centro de Lima.
Pero no. Era un enorme cañón de más de dos metros de largo. Todos los testigos que descansaban en las cercanías de la Plaza de Armas y la Catedral entonces, lo vieron oxidado pero casi íntegro. Se le veía como un “gran tubo” y fue trasladado casi como un trofeo por los obreros del campamento, y depositado luego junto a los rieles extraídos de la zona, entre la esquina de la Casa del Oidor y Palacio de Gobierno.
Después supo, por uno de los técnicos, que tal cañón –al que sólo le falta el soporte o cureña– databa de 1866. No estaba en buenas condiciones, pero eran de los que había en las murallas del Real Felipe en el Callao.
Sin embargo, los cañones descubiertos el 3 de noviembre de 1997 eran otra historia. Para empezar, no era uno solo como el del 96; eran seis que aparecieron en el acto. Seis –ciertamente– viejos y herrumbrados cañones hallados a menos de dos metros de profundidad por unos obreros de la empresa minera Centromín.
Estos trabajadores venían excavando en una zanja para la instalación de tubos de desagüe. Según los exaltados vecinos de Puerto Nuevo, el hallazgo sucedió aproximadamente a las 10 de la mañana, cuando los trabajadores dejaron de excavar porque habían sentido un objeto que se resistía a su empuje.
Con mucho cuidado fueron descubriendo las seis piezas de artillería. Una estaba partida por la mitad. Junto a ellas ubicaron una cureña metálica. Por sus dientes, que permitía girar el cañón, se adelantó que estas armas habrían formado parte de una de las baterías que lucharon contra la escuadra española en elcombate naval del 2 de mayo de 1866.
LA VERDAD SALIÓ A FLOTE EN 1997
El 4 de noviembre de 1997, al día siguiente del evento, el Museo Naval del Perú, que entonces dirigía el capitán de fragata (r) Alfonso Agüero Morán, se ofreció (debía tener el visto bueno del Instituto Nacional de Cultura - INC) para encargarse de su cuidado. “El INC es, finalmente, la entidad que designa el destino de los cañones, pero, ya que son cañones navales, seguramente nuestro museo los tendrá en custodia”, comentó el capitán de fragata, quien dijo esto en el momento que las reliquias, trasladadas ya desde el lugar del hallazgo, estaban siendo colocadas en el aparcamiento del museo por una retroexcavadora.
Según informó Agüero Morán, antes de llamar a las autoridades del INC para presentar los cañones, debía aplicar un programa de estabilización de minerales para detener la corrosión, puesto que primero había que salvaguardar el patrimonio de manera científica y correcta.
La misma fuente de la marina explicó a El Comercio que, al ocurrir el hallazgo, durante los trabajos de pavimentación de la avenida Guadalupe, los ingenieros de la Compañía Traver, contratista de Cordelica, se comunicaron con el Prefecto del Callao, Federico Arce. Y fue Arce quien notificó el descubrimiento al Museo Naval.
Inmediatamente, el personal del museo reunió a sus peritos y se encaminaron a Puerto Nuevo, para confirmar el suceso. Agüero Morán hizo la advertencia de que hasta que el estudio de los peritos no concluyera, no podían afirmar con exactitud científica a qué época correspondían los cañones.
Se especulaba mucho: desde la idea más difícil de admitir de que podían ser de la guerra de la independencia, pasando por la idea que se difundió bastante de que eran parte de la artillería usada en el combate del 2 de mayo de 1866; hasta especular que podían ser de la corbeta ‘Unión’, hundida por los propios chalacos en la Guerra del Pacífico, tras la caída de Lima en 1881 o que podría tratarse de armamento usado en la propia defensa de Lima de aquel año.
Esta última idea se reforzó, ya que se informó que dos de los seis cañones estaban partidos, una práctica usual en eso tiempos bélicos, para evitar así que estos sean usados por los enemigos invasores. En ese sentido también se interpretó la ausencia de los brazos de soporte o muñones laterales, que daban movilidad a los cañones, posiblemente cortados con el mismo fin.
El capitán de fragata, director del Museo Naval, indicó entonces que esos cañones “sólo tienen valor histórico, que reafirman la historia del puerto del Callao y del Perú”. Y lo dijo ante la posible aparición de rebuscadores y chatarreros que podrían excavar por su cuenta y buscar saquear estos tesoros de la ciudad.
OTRA CASO EN EL CALLAO EN EL 2003
El puerto chalaco tuvo otro descubrimiento especial el 12 de febrero de 2003, cuando de nuevo por una casualidad, en medio de excavaciones por obras públicas (esa vez Sedapal), se descubrió en el distrito de Bellavista una curiosa y hermosa pieza de artillería.
Otra vez, el Museo Naval del Perú intervino oportunamente. Esta institución se encargó de señalar que aquella “vieja pieza de artillería” era en verdad “un cañón Blakely”. Se señaló que era el primero y único en su género en ser rescatado del olvido y el abandono. “No obstante que en el Callao han sido hallados otros 12 cañones menores, entre Voruz, Armstrong y Vavasseur, durante los últimos 10 años”. (EC, 02/03/2003)
Y para más asombro de ese evento, El Comercio detallaba, en base a los estudios del Museo Naval, que este cañón Blakely, capaz de disparar proyectiles de 500 libras, era “uno de los siete que adquirió a Inglaterra Francisco Bolognesi con el fin de modernizar la alicaída fuerza armada de mediados del siglo XIX”. Ni más ni menos.