Crimen y castigo: en 1914 un sacerdote que combatió en la Guerra con Chile fue asesinado para robarle sus ahorros
José Sotil era el capellán del cementerio general de Lima cuando fue asesinado en su casa. Las investigaciones policiales dieron varios giros hasta dar con el asesino.
Entre noticias sobre el mercado monetario y las cotizaciones del algodón y la lana, una fotografía llamaba la atención en la primera plana del diario decano del 11 de junio de 1914. Un asesinato de madrugada cuyo móvil sería el robo de los ahorros de un sacerdote que participó en la Guerra con Chile. El monto ascendía a 4,200 soles de la época.
Hasta la noche del asesinato, su nombre estaba escrito en las páginas de nuestra historia. José Calixto Sotil fue capellán de la fragata peruana Independencia que durante el combate de Iquique chocó con una roca y comenzó a hundirse.
Mientras los náufragos intentaban mantenerse a flote, las fuerzas enemigas los atacaban sin piedad. Entre los combatientes, que se mantenían en la cubierta del barco, estaba el capellán Sotil quien respondió al fuego enemigo hasta que fue capturado por los chilenos.
Una vida tranquila
En el barrio del Prado, en una pequeña casa de estilo colonial, vivía el sacerdote José Sotil, capellán del cementerio general desde hacía 25 años. El cuidado de la casa recayó en la sobrina del sacerdote, Nicolasa Sila.
El sacerdote Sotil recibía visitas ocasionales en su casa. Esas tertulias, donde recordaba sus tiempos de juventud, terminaban temprano. Se sabía que en sus muchos años de trabajo, el sacerdote había atesorado algún dinero. La policía veía en esos ahorros el móvil del crimen.
El excombatiente era muy precavido con su seguridad. Antes de dormir revisaba las ventanas y echaba cerrojo a las puertas. La noche del asesinato todo estaba a oscuras. Su sobrina ya dormía cuando el sacerdote Sotil escuchó ruidos en el patio.
La reconstrucción del crimen hecha por las autoridades daba cuenta que al abrir la puerta, el sacerdote recibió un golpe con la culata del revólver en el punto en que se unen las dos cejas. Un golpe mortal que hizo polvo los huesos de la nariz y llenó de sangre su rostro.
Los dos ladrones ataron a la sobrina y colocaron el cuerpo agonizante de su tío y la obligaron a confesar donde guardaba el dinero. Entre crisis nerviosas e incoherencias, Nicolasa Sila decía: “¡pobrecito, pobrecito…era muy bueno!”
De víctima a sospechosa
Sin embargo, las investigaciones de la policía concluyeron que la sobrina solo era una acompañante y habría colaborado con el crimen. Así declaró el hermano de la mujer Francisco Bustamante.
En el parte policial figuraba el testimonio de Nicolasa Sila donde indicaba que fue violada por los delincuentes. Aseguró que el dinero le pertenecía. Sin embargo, hasta ese momento no habían señas del mismo.
Además vecinos interrogados indicaron que, en días previos, personas ajenas al barrio visitaron la casa del sacerdote.
A las pocas horas del crimen, dos delincuentes fueron arrestados cerca de la casa del sacerdote Sotil. Ambos tenían llaves ganzúas, clavos, chavetas y trapos ensangrentados. Pero no tenían el arma del crimen.
Mientras Nicolasa Sila era internada en la cárcel de Santo Tomás, el cortejo fúnebre del sacerdote Sotil llegaba al cementerio general. Las investigaciones continuaron sin ofrecer resultados concluyentes. Se llegó a especular que el dinero había sido robado la mañana del asesinato y que en la noche el sacerdote pidió cuentas a la mujer.
Incluso nuestros lectores escribieron sus hipótesis del crimen. A continuación reproducimos una de ellas:
“Señor cronista policial de El Comercio: Como ha despertado mucho interés el ‘affaire Sotil’ me permito entrometerme a modo de detective amateur, haciendo algunas preguntas que encaminen a la reconstitución del crimen. ¿No es probable que sea el hermano el autor del complot y ella no ha querido descubrirlo, lo que la hace aparecer como cómplice? Y en fin: ¿no tiene el hermano algún cuarto en el callejón de la manzana donde está situada la casa teatro del suceso?”- Pepe Ruidelavola.
Crimen y castigo
Cuando el asesinato del sacerdote casi perdía interés, las investigaciones de la policía dieron resultados. Durante días estuvieron tras la pista de un conocido delincuente que había sido visto la noche del asesinato colocando una escalera para entrar a la casa. Para mayores señas los vecinos indicaron que vestía un terno marrón. Algunos de ellos lo identificaron con el retrato que tenían los agentes del orden.
Gabriel Castillo, alias ‘Zambo’, fue capturado mientras viajaba con su esposa en el tranvía. La policía encontró en su casa dinero, joyas, ropa y el terno marrón que llevaba la noche del asesinato. Con estas evidencias a Castillo solo le quedó confesar el crimen. Inmediatamente, fue llevado a la cárcel Guadalupe para esperar su sentencia. En otro centro de reclusión, Nicolasa Sila recuperaba su libertad.