Todos los años, en febrero, se celebra la llegada de los carnavales en distintos lugares del Perú. Una costumbre que viene desde comienzos de la República, cuando se utilizaba para la diversión el agua de las acequias que cruzaban Lima. El pueblo concurría a la plaza y los jirones céntricos para disfrutar de los interminables desfiles de hombres, mujeres y niños empapados de pies a cabeza.
En las casas de las familias adineradas se reunían lo más selecto de la sociedad del siglo XIX. Entonces se contrataba, con anticipación, un buen número de barriles con agua y así empezaba el juego. Después, la gente se desbordaba con las comidas, frutas y refrescos, y enseguida un baile general derrochaba algarabía.
Juego de todos
El 16 de febrero de 1822, cuando el Marqués de Torre Tagle ejercía el mando del país, se expidió en ‘La Gaceta’ un decreto para cortar con el juego acuático. “Queda prohibida como contraria a la dignidad y decoro del pueblo ilustrado de Lima, la bárbara costumbre de arrojar agua en los días de carnaval, junto con los demás juegos impropios que se usaban en ellos”, decía el decreto transcrito en un artículo de Evaristo San Cristoval para El Comercio en 1958.
En Lima, la respuesta de la gente fue jugar con más entusiasmo, al punto que hubo más incidentes de lo común. Durante los tres días de festejos se jugó desenfrenadamente en todas partes con agua y harina. Los coches de plaza, los carros del tranvía y las estaciones del ferrocarril fueron asaltados y baldeados por grupos de jugadores que arrojaron globos de olor, serpentinas, papel picado y polvos de oro. Sin embargo, hubo algunas personas e instituciones que apoyaron la reforma.
En 1859, fue la primera vez que se jugó con verdadero furor los carnavales en la capital limeña. Según cuentan las crónicas de ‘La Zamacueca’, periódico de la época, los tres días de celebración reunieron a todas las clases sociales, sin distinción. Bandas de músicos improvisados con curiosos disfraces recorrieron la ciudad de un lado a otro, tocando y bailando en las calles; mientras que en las residencias de lujo, abundaron los bailes en donde las mujeres utilizaron la famosa crinolina, un vestido característico de entonces.
Años después se fueron moderando esas costumbres y ganó terreno la idea de aumentar las comparsas. En 1887, Lima fue testigo de un desfile ininterrumpido de enmascarados con disfraces como los de Pierrot y Colombina. Solo se jugó con globos de agua hasta cierta hora de la tarde, ya que la música y las comparsas fueron el atractivo principal de las celebraciones.
Más adelante, en 1892 y 1893, Juan de Arona abrió una campaña desde su columna en ‘El Chispazo’ para desterrar del todo el carnaval o, al menos, reducirlo a un día. Sin embargo, nada cambió y siguieron los tres días de celebraciones, aunque cada vez eran más moderadas.
Carnavales del siglo XX
En 1910, las celebraciones carnavalescas perdieron su gracia. Solo se jugó con agua en uno que otro barrio. Así lo describe El Comercio en su portada del 6 de febrero de ese año. “¿Dónde está el Carnaval?”, publicó el decano, haciendo alusión a la locura que se vivía años atrás. Las fiestas nocturnas desaparecieron y las alegres comparsas fueron reemplazadas por tristes caravanas con afroperuanos vestidos de duques y príncipes con galones de cobre dorado.
Aunque el tradicional carnaval limeño tenía su conocida entrada del ‘Ño Carnavalón’, las reinas y el gran corso eran el plato fuerte de las celebraciones. Es así como la primera reina del carnaval de Lima fue Lucrecia Vargas y en 1924 la reina de mayor arraigo público fue Carmen Valle Riestra.
En febrero de 1955 cada distrito realizó sus festejos por separado. En Barranco se celebró con la clásica “Verbena barranquina”. En Chorrillos, las fiestas populares estuvieron acompañadas de orquestas y bandas de músicos; mientras que en San Bartolo, las personas combinaron los festejos con unos días de playa. En otros distritos como el Rímac, La Victoria, Magdalena del Mar y Pueblo Libre, las fiestas carnavalescas se desarrollaron con los típicos chisguetes y serpentinas.
Sin festejos
El 25 de febrero de 1958, El Comercio publicó el decreto N°348 en el que se eliminó los carnavales en todo el país. “Suprimese el juego del Carnaval en todo el territorio de la República a partir del año 1959”, decía la carta enviada por el presidente Manuel Prado Ugarteche. La norma volvió los lunes y martes de festejos en días laborables en los sectores públicos y privados. También reguló mediante un permiso las fiestas de disfraces pagadas.
A mediados de los años 60, los festejos por los carnavales se realizaron todos los sábados y domingos de febrero. Todavía se vendieron discos LP para las celebraciones, pero el juego con agua bajó notablemente. En los sectores más populosos de Lima, los transeúntes y vehículos fueron los blancos más comunes de los jugadores. También creció el número de lesionados y detenidos por los juegos. Es por eso que en el Callao se cortó el agua todos los domingos del mes.
Años más tarde, el juego con agua se redujo en Lima Metropolitana. Sólo se realizaron tradicionales batallas callejeras con agua, talco y betún en algunos lugares de La Victoria, Barrios Altos, Surquillo, San Martín de Porres y Lince. Sin embargo, en febrero de 1972, la Prefectura de Lima emitió un comunicado recordando la prohibición del juego.
En los años siguientes, los festejos casi desaparecieron. Hubo uno que otro gran corso de carnaval y el juego con agua se redujo aún más en la capital. También abundó la publicidad que ofrecía paquetes para celebrar esta costumbre en provincias. Algo que sucede hoy en día.