El mundo estaba en zozobra en medio del horror de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), una hecatombe bélica que Lima vivía día a día a través de la prensa escrita y la radio. Pese a todo, y ya lejos además del conflicto con Ecuador de 1941, la capital se mantenía relativamente tranquila, más aún en la Basílica y Convento de Nuestra Señora de la Merced, una antigua iglesia en el Centro de Lima. Pero esa madrugada del sábado 2 de octubre de 1943 todo cambiaría.
A hurtadillas, aprovechando la escasa seguridad de la iglesia, un sujeto se escondió en el recinto de la Merced y buscó la imagen de la Virgen. No lo hizo para rezar o arrepentirse de sus pecados, sino para cometer uno de los actos más reprochables del hombre: robar. Un robo sacrílego que se enfocó en el cetro de la mano derecha de la Virgen y en los “grillos” que adornaban su mano izquierda.
La Patrona de las Armas quedó despojada de aquel cetro que el Ejército Peruano le había concedido en 1921, en las celebraciones por el primer centenario de la independencia. La feligresía se vio muy afectada por el asalto. Lo sintieron como un ultraje a la imagen, un desprecio a su valor religioso, una burla a la fe católica de millones de peruanos.
Pero, ¿quién fue el delincuente que realizó este delito?, era la pregunta que todos se hacían desde esa mañana del sábado 2 de octubre en que se dio a conocer el despojo. La Policía se dedicó durante días a investigar y tratar de recuperar los objetos sagrados. Su lente estaba fijo en la captura del culpable. Las autoridades manejaron el caso con suma discreción.
Reporteo difícil, pero no imposible
Para los reporteros de El Comercio no fue fácil recopilar los datos y la información del caso. Al acudir el domingo 3 de octubre a la Brigada de Asuntos Criminales de la primera comisaria, a la que pertenecía la iglesia, no pudieron obtener informe alguno, "debido a la natural reserva que los investigadores guardaban por encontrarse la pesquisa en pleno desarrollo. Se nos aseguró, sin embargo, que las investigaciones se hallaban muy adelantadas y que la captura del delincuente se produciría de un momento a otro”.
Se entendía que un robo sacrílego en una ciudad de mayoría creyente y aun sin la extensión física que tomaría en las décadas posteriores, no podía quedar impune. Pero el asaltante parecía muy escurridizo, y efectivamente lo era porque la Policía no lo podía atrapar aún estando segura de que se movilizada por el Cercado de Lima. Igual se requirió el trabajo de varios agentes, los cuales sabían que los objetos serían vendidos a cualquier precio en el mercado negro. Había que actuar rápido.
Milagrosamente, para la mañana del lunes 4 de octubre, los simbólicos “grillos” estaban de regreso en las manos del R.P. Málaga, comendador de la Orden Mercedaria. Pero no fue por acción de la Policía, sino por la de un ciudadano limeño. El religioso informó del hecho en la misma tarde del lunes 4 a El Comercio. Fue esa mañana, cuando Pedro Villalobos se acercó a la basílica menor y entregó los “grillos” de la Virgen. Los había comprado por el precio de un sol, contó al comendador mercedario, y luego relató al padre Málaga la forma en que los había adquirido en la vía pública.
“Villalobos refirió que en la mañana del sábado y en circunstancias que estaba en la calle se le acercó un desconocido, quien le mostró los grillos, ofreciéndole en venta por el precio de cinco soles. Ante la insistencia del sujeto los adquirió por un sol y los condujo a su domicilio”.
El domingo se los mostró a un amigo suyo que fue a visitarlo, y este le advirtió que se parecían a los que habían robado a la Virgen de la Merced. Villalobos se asustó. Buscó el ejemplar de El Comercio y junto a su amigo examinó la foto que el diario había publicado. Lo compararon y llegaron a la conclusión de que eran los mismos.
En la foto, se veía a la Patrona de las Armas, en cuya mano izquierda reposaba el mismo objeto que Villalobos tenían entonces en su mano derecha. Sintió escalofríos, y no lo pensó ni un segundo más. Si bien era domingo y ya tarde para ir a la iglesia, lo hizo muy temprano el lunes. Necesitaba devolver los “grillos” de inmediato.
El sacerdote Málaga tenía también noticias del cetro: había sido ofrecido a una casa de préstamos, pero el dueño lo rechazó. La Policía, por su parte, ya había recabado la información, más en detalle aún, tanto del señor Villalobos como del prestamista. Con esos datos, ya le estaban pisando los talones al delincuente, quien a esas alturas estaría arrepintiéndose de haberle robado a la Virgen.
La captura inevitable
Ese mismo lunes 4, en medio de una redada policial impresionante para dar con el ratero, los agentes ubicaron a un sospechoso. Eran las seis de la tarde, encabezaba el equipo el comisario de la Segunda Jurisdicción, capitán José Urteaga Sánchez, y el jefe de Investigaciones de la misma, el oficial Héctor Vivanco Benavente. Ellos, junto con el personal a cargo, detectaron los movimientos de un individuo que salía de un restaurante, entre las esquinas de Zavala y Paz Soldán (hoy jirones Ayacucho y Ucayali), en el Cercado de Lima.
Tras ser observado detenidamente, el jefe ordenó su captura. “Olfato policial”, le dicen. El sospechoso fue conducido a la segunda comisaría. Los interrogatorios fueron exhaustivos y muy persuasivos, y el sujeto terminó confesando el robo sacrílego. Reveló también que usaba dos nombres indistintamente: José María Morales Egúsquiza o José María Carhuachine Chontayoco. Tenía alrededor de 24 años y provenía de Ucayali. Contó que había llegado a Lima en 1939, hacía cuatro años solamente. “Presto servicios en diferentes conventos de la ciudad de Lima y el Callao; allí me dieron educación y conocimientos”, admitió. Y entonces, El Comercio registró su versión de los hechos.
“El viernes de la semana pasada, antes de las 8 de la noche, ingresé a la Iglesia de la Merced. Burlé la vigilancia y me escondí hasta la madrugada del sábado. Entonces le saqué el cetro y los grillos a la imagen de la Virgen”. Esperó a que abrieran la puerta, muy temprano, y de inmediato, con sumo sigilo y agilidad, cruzó el umbral y desapareció del lugar con lo robado.
Esa misma mañana, indicó, vendió los “grillos” a Pedro Villalobos. Y el cetro lo escondió precisamente en el restaurante de donde había salido cuando lo apresaron, entre Ayacucho y Ucayali. Apenas reveló ese hecho, el comisario lo condujo al lugar y allí lograron rescatar el cetro de la Virgen de las Mercedes.
Se confirmó que Morales o Carhuachine (los medios y la Policía terminaron llamándolo por el primer apellido) no tenía antecedentes penales. El informe policial recogió los hechos y consideró su falta de antecedentes, para después ponerlo a disposición de la Jefatura General de Investigaciones. Así terminó el que sería su primero y último robo sacrílego.