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Camino Real: datos claves de la noche en que el centro comercial más importante de Lima casi se pierde entre las llamas | FOTOS
Era el segundo atentado que el conocido Centro Comercial Camino Real soportaba, desde que fue inaugurado el 25 de noviembre de 1980, con presencia del presidente Fernando Belaunde. El primer atentado de los años 80 fue de poca magnitud; sin embargo, el que ocurrió la noche del 7 de octubre de 1992 fue impactante. De hecho, marcó un poco el inicio de la decadencia del conocido centro comercial sanisidrino.
Había pasado menos de un mes de la captura del cabecilla terrorista de Sendero Luminoso (SL) Abimael Guzmán, aquel 12 de setiembre de 1992 tan recordado; pero ese miércoles 7 de octubre de 1992 fue aún más significativo para los terroristas de SL: ese día, justamente, jueces instructores especiales de la Marina, tanto en Lima como en Arequipa y Puno, condenaron a cadena perpetua por el delito de Traición a la Patria, en procesos simultáneos, a Abimael Guzmán y a los otros diez miembros de la cúpula de SL.
Si bien años después, en el 2007, dicha condena -elaborada irregularmente en un tribunal militar- fue ratificada en última instancia por la Corte Suprema de Justicia (al menos en lo que respecta a la cadena perpetua a Guzmán), los terroristas tomaron ese sentencia del ‘92 como una provocación. Y respondieron con los únicos argumentos con los que solían presentarse en sociedad: con atentados, caos y muerte.
Quisieron, en consecuencia, dar un gran golpe a la sociedad peruana, y fueron directamente a atentar contra un símbolo del poder económico en el país: el Centro Comercial Camino Real, en el corazón de San Isidro. Para eso, los subversivos utilizaron “bombas de acción retardada”. (EC, 08/10/1992)
FUEGO EN CAMINO REAL: LOS HECHOS TAL COMO SUCEDIERON
Los terroristas se hicieron pasar por clientes del centro comercial e ingresaron para activar allí las bombas de acción retardada que consumió con rapidez el salón del “Bingo Real”, ubicado en la segunda planta. Allí empezó el incendio, que se expandió con suma rapidez.
Desde las 11 y 20 de la noche, de ese 7 de octubre de 1992 (previo al feriado nacional por el Combate de Angamos), el centro comercial de San Isidro parecía que se consumía en las llamas. El salón de juegos de 400 metros cuadrados se hizo cenizas, con mesas, sillas y mostradores incluidos. Minutos antes, los clientes se habían puesto a buen recaudo.
El fuego, producto de la explosión de las pequeñas bombas, llegó a la parte posterior de una de las tiendas anclas del centro comercial, nada menos que Scala Gigante, que ocupaba el primer piso del edificio. Las llamas afectaron también un snack bar y una farmacia.
Llegaron a la escena del atentado doce unidades de las compañías de bomberos, además de cuatro camiones cisternas de la Municipalidad de San Isidro y Sedapal. Todos ellos enfrentaron el siniestro desde el frente de la Parroquia de la Virgen del Pilar, y desde la propia avenida Camino Real.
Como era costumbre entonces, ante cualquier atentado terrorista se movilizaban policías y militares (y el serenazgo también); en esa ocasión, rodearon el centro comercial miembros de la Marina de Guerra, los cuales vigilaron el orden en la convulsionada zona sanisidrina.
El centro comercial no tenía un solo dueño o un grupo económico que se presentara como dueño; los propietarios de cada tienda eran los únicos que andaban merodeando y preocupados por sus propiedades.
A LA LUZ DE DÍA: EL FERIADO 8 DE OCTUBRE SE APRECIÓ LA MAGNITUD DEL DAÑO
Las bombas incendiarias se activaron, al parecer, en el baño del “Bingo Real”, así lo contó el entonces presidente de la junta de propietarios de las tiendas, Jorge Gárate Vizcarra. Gárate también confirmó que fueron cuatro las peligrosas bombas.
La Policía estaba por determinar si los artefactos explosivos habían sido dejados en el baño o si los arrojaron desde la calle adyacente Víctor Andrés Belaunde. La segunda opción era poco realista, pero con el terrorismo los peruanos estábamos acostumbrados a lo absurdo e impredecible.
El presidente de la junta tampoco creía factible que las bombas llegaran desde el exterior, puesto que, dijo, “existe patrullaje y vigilancia particular las 24 horas al interior y exterior del centro”. (EC, 09/10/1992)
El control del fuego tuvo un costo adicional, ya que el agua y el propio trabajo contraincendios afectó varias tiendas cercanas al salón de “Bingo Real”. El trabajo esforzado de las compañías de bomberos permitió controlar el siniestro recién a las 1 y 30 de la madrugada, del 8 de octubre.
En tanto que, recién a las 3 de la madrugada se pudo sofocar totalmente los efectos del atentado senderista. Como siempre ocurría, en las primeras horas de la mañana se reactivó un sector en forma de humareda, por lo que debió hacerse presente un equipo de hombres de rojo para sofocarlo definitivamente.
El feriado 8 de octubre de 1992, el Centro Comercial Camino Real parecía una zona de guerra en pleno San Isidro. Se observaron cuadrillas de trabajadores removiendo y moviendo escombros “y se despejaban las tiendas del olor de humo”, el cual perduró, a pesar de los esfuerzos, por varios días más. (EC, 09/10/1992)
El inmenso local de tres torres, de estilo posmoderno, aunque con líneas formales (gran masa volumétrica horizontal con grandes arcos en la fachada), quedó marcado por este atentado terrorista del 7 de octubre de 1992.
Pese a que los propietarios trataron de minimizar los costos, contradiciendo a las propias autoridades policiales, se supo que estos habían sido considerables. Las pérdidas llegaron a varios millones de dólares. El Centro Comercial Camino Real había llegado a ser en los años 80 como hoy son el Jockey Plaza Shopping Center (1997) y Larcomar (1998): puntos de reunión de la gente.
Pero en 1992, ya era otra cosa. Un solo ejemplo puede dar una idea de la crisis interna que sobrellevaba el centro comercial en ese tiempo. En mayo de ese año, cinco meses antes el atentado de SL, la prensa supo que varias tiendas del local estaban siendo investigadas por los funcionarios de la Sunat.
Y es que, varios de los señores propietarios o sus administradores no emitían los comprobantes o facturas correspondientes a los servicios o productos que expedían. La crisis venía galopando, y las bombas incendiarias de SL solo le dieron un rostro más dramático al destino del local de Camino Real.
Fue el inicio de un final agónico para el otrora centro comercial más elegante, moderno y atractivo de los años 80 en el Perú.
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