Los números le fallaron a los matemáticos de la UNI: quizá la charla de Gabriel García Márquez debió ser en el Estadio Nacional. En 1967 el auditorio de la facultad de Arquitectura, Urbanismo y Artes de la UNI era un bello refugio para 250 personas, a 25 minutos del Centro de Lima, con una coqueta mezzanine y techos acústicos, que colapsó por la presencia del escritor colombiano en Lima, el 5 y 6 de setiembre de ese año. Mario Vargas Llosa lo acompañó, en rol de entrevistador, para ofrecer una conversatorio inolvidable, que luego se volvió libro: “La novela en América Latina / Diálogo entre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez”.
Esa primavera, y tanta cortesía, no hacía prever lo que ocurriría nueve años después en el DF, México, el 12 de febrero de 1976. La leyenda dice que Mario esperó que Gabo dé unos pasos por el hall, se le acerque y así asestarle un puñetazo. Apenas se escuchó lo que le decía, antes del nocaut: “¡Esto, por lo que le hiciste a Patricia en Barcelona!”. Lo único poético fue el ring: estaban en el Palacio de Bellas Artes los street figthers.
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Pero antes, en Lima, fueron un dúo dinámico. Hubo que poner parlantes en el pasadizo para que los estudiantes escucharan al padre de Cien Años de Soledad, que apenas tenía unos meses de nacido. Hablaron de literatura, del sacrificio, del oficio de escribir. El crítico Ricardo González Vigil recuerda así esa tarde: “Yo estuve allí. Cuando Gabriel García Márquez visitó Lima (...) embrujando a todos con la magia incomparable de su lenguaje habitado por el sol del Caribe”. García Márquez tenía una camisa caribeña, como las que usa Carlos Vives. Vargas Llosa vestía formal, como si fuera el cadete Varguitas.
Luego del encuentro, llegó la fiesta. El 8 de setiembre, el arquitecto y rector de la UNI Santiago Agurto Calvo organizó una recepción en su casa. El Comercio estuvo allí y pudo hacer esta instantánea, García Márquez, Agurto y más allá Vargas Llosa. También fotografió a la poeta Blanca Varela, al crítico José Miguel Oviedo. Una instantánea en blanco negro, tan mágica, como esa copa imaginaria que parece tener entre sus manos. Algo más propio de Macondo que de Lima, gris.
Diseño: Armando Scargglioni
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