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Cuando le preguntaron en agosto de 1999 al artista plástico peruano Fernando de Szyszlo, “¿a qué persona de este siglo le hubiera gustado conocer?”, él contestó de forma breve y precisa: André Malraux (1901-1976). No fue una elección caprichosa, egoísta o inusual la del recordado pintor. Todo lo contrario. Durante los años 30, 40, 50 y 60, incluso, Malraux había sido un referente cultural, moral y existencial para muchas generaciones de jóvenes.
Escritor y luchador social al mismo tiempo; con novelas que buscaban el valor de la razón frente al absurdo de la existencia humana, André Malraux era un autor especialmente de novelas como “Los conquistadores” (1928), “La vía real” (1930), la primera de importancia, basada en una experiencia desafortunada en Camboya donde fue acusado de robo de piezas arqueológicas; y la gran novela “La condición humana” (1933), premio Goncourt de ese año; asimismo “El tiempo del desprecio” (1935), “La psicología del arte” (1950), entre otros libros.
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Malraux, autodidacta y orientalista por experiencia vital, había observado de cerca la rebeldía de los jóvenes chinos por la unidad de su país a fines de los años 20. Luego lucharía al lado de los republicanos españoles durante la guerra civil de los años 30, antes de la Segunda Guerra. Y además, peleó en la resistencia francesa contra las fuerzas de Adolf Hitler. Fue un soldado y un intelectual. Esa mezcla de acción y pensamiento que tanto seduce a la gente.
Fue también hombre de Estado y protagonista de distintas circunstancias históricas: apoyó a Charles de Gaulle en 1945, en el gabinete de reconstrucción de su país; y luego, a fines de los años 50, lo volvió a ayudar como ministro de Asuntos Culturales. Con ese cargo llegó al Perú, aquella noche del 29 de agosto de 1959.
LIMA RECIBIÓ A ANDRÉ MALRAUX: ENTRE CURIOSOS, ADMIRADORES Y DETRACTORES
Horas después de haber arribado al aeropuerto de Limatambo en un avión de Braniff, el visitante francés fue bien descrito por el escritor peruano Sebastián Salazar Bondy, en la edición del domingo 30 de agosto, en el suplemento Dominical del diario El Comercio:
“(…) Se ha dicho bien que Malraux, como ningún otro, reúne la doble posibilidad de la inteligencia y la acción. Cuando, joven aún, afirmó que lo que más pesaba sobre él era su condición de hombre, destinado, por ende, a la muerte –”irrefutable prueba de la absurdidad de la vida”-, explicó en cierto modo su vertiginosa y paroxísmica entrega a la lucha y a la creación. Contra el absurdo, la libertad, porque aquél es la nada y ésta el absoluto (…)”, decía Salazar Bondy.
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Procedente de Río de Janeiro, Brasil, el escritor galo, también ministro francés de Cultura y político gaullista, llegaba a una América Latina convulsionada por la triunfante revolución cubana de comienzos de 1959. Lo recibió a nombre del gobierno de Manuel Prado, el ministro de RR.EE. el historiador Raúl Porras Barrenechea, quien en fluido francés dialogó con él apenas bajó las escalinatas del avión.
Traje azul, guantes grises, rostro de arrugas prematuras para un hombre de solo 58 años de edad, Malraux se reveló como alguien austero, modesto y digno. Como todo el mundo sabía, además, padecía el “síndrome de Tourette”, por lo cual eran notorios sus tips nerviosos tanto en su vida privada como pública.
Al día siguiente, luego de leer con seguridad las palabras de Salazar Bondy en el suplemento dominical, Malraux dio una conferencia de prensa en el Gran Hotel Bolívar, donde se había hospedado; una conferencia algo técnica, no intelectual ni literaria como hubiese querido gran parte de sus lectores. Con todo, Lima lo recibió como lo que era: un embajador de las letras francesas. Por ello mismo, el narrador y ensayista francés no se salvó de las preguntas personales aquel mediodía dominical. Le preguntaron directamente si se sentía en ese momento el mismo de cuando escribió “La condición humana”.
Con un tono algo airado, Malraux respondió haber sido herido 14 veces y haber luchado por la liberación de Francia, y hoy (o sea, esos días de 1959) seguía luchando “por la libertad del mundo… usted, difícilmente, podía hacerse cargo de mis experiencias”, concluyó. Luego habló de cuestiones de coyuntura, entre estas, sobre el caso del escritor ruso Boris Pasternak (1890-1960). Pasternak aún estaba vivo y promocionaba su última novela “Doctor Zhivago” (1957).
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El ruso estaba en la cima del mundo, pues había obtenido el año anterior el premio Nobel de Literatura 1958 (era el Nobel vigente). Pero a Malraux eso no le importaba; para él, Pasternak era más valioso como poeta que como narrador. Remarcó sobre “Doctor Zhivago”, ya popular entonces, que en la traducción se dañaba mucho el estilo literario; incluso dijo que tal novela “parece estar concebida por un escritor del siglo pasado”.
Por otro lado, comentó el asunto político de Argelia, las diferencias entre socialismo, comunismo y el futuro o no futuro del capitalismo; y habló hasta de religión y arte. Ese mismo domingo 30, visitó por la mañana el colegio de La Recoleta y al mediodía Palacio de Gobierno para entrevistarse con el presidente Manuel Prado. Malraux llevaba un saludo personal del presidente de Francia, el general Charles de Gaulle.
ANDRÉ MALRAUX, HOMBRE DE ACCIÓN, INTELECTUAL Y PENSADOR
Tuvo un segundo encuentro con la prensa de nuevo en el mismo Hotel Bolívar para hablar de otros temas internacionales y, luego, el ministro Raúl Porras Barrenechea lo invitó a almorzar en el Country Club. Allí le colocó la medalla de la Orden de Sol.
Ya en la tarde, el visitante galo asistió a la colocación de la “primera piedra” del colegio Franco Peruano, en Monterrico, y lo hizo al parecer con poca o nula prensa, ya que, por un dato que proporcionó la embajada de Francia en Lima, Monterrico era entonces un lugar difícil de llegar. El cronista del diario decano indicó en su reporte: “Cabe señalar que muchas personas no lograron ubicar el lugar donde se efectuó esta ceremonia”.
Terminó la noche con una cena en el Hotel Bolívar que le fue ofrecida por las asociaciones francesas y franco-peruanas. Él y su comitiva no trasnocharon, ya que el lunes 31 de agosto debía levantarse muy temprano para viajar al Cusco y, desde allí, cumplir su deseo de conocer la ciudadela de Machu Picchu. André Malraux volvió del Cusco impresionado por lo que había visto, aunque por razones del mal tiempo no pudo llegar hasta el Huayna Picchu, la parte más alta de la ciudadela.
Junto a su esposa Marie, el escritor permaneció en la Ciudad Imperial un día completo. El martes 1 de setiembre estuvo por la mañana en las hermosas ruinas de Sacsayhuamán, donde recibió un homenaje de la ciudad cusqueña.
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Regresaron a Lima el miércoles 2 de setiembre para completar su agenda. Especialmente para que el ministro de Asunto Culturales de Francia recibiera la condecoración de la Municipalidad de Lima de “Visitante Ilustre” y una réplica de plata de las “Llaves de la ciudad”. Y también para que intervenga en un acto en la Cámara de Diputados del Congreso peruano: se trataba de un reconocimiento al aporte de su país en el campo de la cultura de la Modernidad.
Por la noche, un banquete en Palacio de Gobierno agobió al austero Malraux, quien no era un príncipe inglés ni una estrella de Hollywood; solo era un político, un funcionario del gobierno francés, pero eso sí, un gran escritor cuya literatura era reconocida a nivel mundial. El presidente Prado elogió la tradición y la historia de Francia, sus grandes filósofos, pensadores, escritores como el mismo Malraux. Luego evocó los momentos graves que vivió el país del novelista durante la Segunda Guerra Mundial.
En su intervención, luego de escuchar los himnos nacionales de Perú y Francia, André Malraux dijo: “El mundo ha cambiado en cincuenta años más de lo que había hecho en tres milenios. Nuestra era es la primera que plantea la civilización como un problema; que se pregunta qué es la civilización y lo que es el hombre (…)”.
La última recepción que acosó con amabilidades la tranquilidad de Malraux en Lima, provino de la Asociación Peruana de la Legión de Honor, en las instalaciones del Círculo Militar, en Jesús María. El jueves 3 de setiembre, luego de cuatro días de agasajada estadía, el ministro del gobierno de Gaulle se despidió del Perú.
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Eran las 10 de la mañana y el autor de “La condición humana” subió a un avión de Panagra, al lado de su esposa Marie y toda su comitiva. El aeropuerto de Limatambo recibió a las autoridades peruanas y francesas afincadas en Lima, para ver despegar el avión rumbo a Santiago de Chile.
Malraux, ese gran defensor de la cultura contemporánea, no recibió el premio Nobel; aunque, como en muchos otros casos, seguramente lo merecía.
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