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Hace cinco décadas Clorinda Ontaneda Bernales, una aeromoza peruana de 24 años, abordó en Lima el Boeing 707 de la aerolínea Braniff para suplir a sus compañeras, quienes habían llegado desde México en dicha nave, secuestrada por un norteamericano y su pareja.
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A 50 años de este episodio, la señora Clorinda, filósofa y profesora de inglés en la actualidad, nos revela los pormenores de una inquietante experiencia que puso en peligro su vida y que no ha podido olvidar hasta el día de hoy.
“Yo estudiaba Filosofía en la Universidad Católica, en el centro de Lima, y aquel día no me tocaba trabajar”, recuerda Ontaneda Bernales. Había asistido a sus clases y retornó a su casa a las 6 de la tarde. Era el 2 de julio de 1971.
“De pronto me avisaron que tenía una llamada urgente de mi trabajo. Mi jefe me explicó la situación y solicitó mi colaboración. Me dijo que todo estaba bajo control”.
La joven tripulante aceptó el desafío, pero no se lo contó a su mamá. Simplemente se alistó y salió rumbo al aeropuerto Jorge Chávez.
En 1971 gobernaba el Perú el régimen militar de Juan Velasco Alvarado, y por esos años el rapto de aviones de pasajeros se había convertido en una metodología común de grupos guerrilleros en distintas partes del mundo.
A la 1:30 de la madrugada del 3 de julio la nave secuestrada aterrizó en suelo peruano. La noticia empezó a recorrer Lima. Ontaneda llegó al terminal aéreo con mucha serenidad. “Mi compañera Delia Arizola (44), que ya estaba retirada, también se ofreció de voluntaria para abordar el avión”, cuenta Ontaneda Bernales.
Con ellas subieron el capitán Al Schroeder, el copiloto Bill Mizell, el ingeniero de vuelo Bob Williams y el navegante Ken McWhorter. “Nos transportaron hasta donde estaba el avión, que lucía totalmente a oscuras”.
El norteamericano Robert Lee Jackson, un hombre barbado de 36 años, y Lucrecia Sánchez Archilla, guatemalteca de cabello largo, quien vestía minifalda verde y botas color café, habían capturado la nave mientras volaba de Ciudad de México a San Antonio, al mediodía del 2 de julio. Allí hicieron descender a todos los pasajeros.
La señora Clorinda prosigue con su relato: “Al ingresar a la nave solo había una pequeña luz encendida en medio del pasillo y el secuestrador me indicó que debía ubicarme en la parte posterior del avión y quedarme junto a él”. La comunicación entre los secuestradores y la tripulación siempre fue en inglés.
“Recuerdo que se trataba del asiento número 30-C. Me senté y empezó a interrogarme mientras me apuntaba con una pistola. Me acusó con insistencia de ser una policía disfrazada, aunque yo siempre lo negué con firmeza”, recuerda la exhostess de Braniff.
“Jackson ordenó a los demás que se ubicaran en la cabina del piloto y a mi compañera le dijo que se situara en la parte delantera del avión, lejos de mí”, explicó nuestra entrevistada de 74 años
“Tú vas a ser mi rehén. Si yo voy a morir, tú también mueres”, le dijo fríamente Jackson a la joven peruana. “Me pidió que tomara asiento y él se sentó a mi lado. Después me entregó un neceser diciéndome que en su interior había nitroglicerina (sustancia explosiva)”, añadió Clorinda Ontaneda.
Durante su permanencia en Lima, la pareja exigió 100 mil dólares. La compañía realizó una gestión con el Banco de la Nación y por indicación del presidente Velasco Alvarado se les suministró dicha cantidad. Luego partieron hacia Brasil, donde tenían pensado reabastecer combustible para volar hasta el África.
“Él conversaba muy poco conmigo. Yo me comporté con educación, sin llegar a ser amigable. En un momento me solicitó que extrajera un cigarrillo de su bolsillo y se lo encendiera. Cuando lo hice me percaté que junto a los cigarros tenía guardadas varias balas”, dice la exaeromoza.
“Desde mi posición podía observar con cierta dificultad la cabina de los pilotos. El secuestrador se aseguró que la puerta siempre estuviera abierta”, agregó.
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Poco después el periplo del avión secuestrado proseguiría con la azafata suplente a bordo.
“El trayecto a Brasil toma unas cinco horas, pero al viajar sin pasajeros ni carga el vuelo fue mucho más corto. Entre lo poco que Jackson me contó fue que su objetivo era llegar a Argelia y quedarse a vivir allí”, reveló Ontaneda.
“Cuando arribamos a Brasil ya era de día. El avión aterrizó y cuando estaba carreteando me percaté que en medio de la maleza que rodeaba la pista había hombres con cascos y fusiles. Luego observé que un par de tanquetas se acercaban hacia la nave”, cuenta la señora Clorinda, en cuya voz se siente aún la angustia al evocar ese momento.
Las fuerzas de seguridad brasileñas estaban preparando un asalto para tomar el avión. La presencia de armamento y vehículos militares lo indicaban así.
“Para suerte de nosotros el piloto, que jamás detuvo la nave, advirtió lo que estaba pasando e inició el despegue, que fue en realidad una huida. En ese instante escuché que empezaron a dispararnos”.
“El de Brasil no fue un despegue normal. Fue bastante vertical. Pensé en lo peor. Yo iba sentada atrás y pareció que la cola del avión iba a impactar con la pista. Me enteré después que una bala llegó a dañar la luna de la cabina de pilotos”.
La odisea se prolongaba. “Al salir de Río de Janeiro no teníamos un destino fijo. En Asunción no nos quisieron recibir. La Paz dijo que no contaba con combustible para reabastecernos. Montevideo también se negó. Solo el presidente Lanusse de Argentina autorizó a que descendiéramos en Buenos Aires”, nos dice la extripulante de Braniff.
“En el trayecto hacia Argentina decidí hablar con Jackson sobre temas políticos, pues yo pensaba que era un idealista. Le mencioné al presidente de Chile Salvador Allende, pero me dijo que no lo conocía. Entonces comprobé que su secuestro no era por temas políticos. Eso aumentó mi temor”.
“Como estaba alterado traté de apaciguarlo. Le dije que la hija de Lanusse trabajaba en Braniff y que por eso no nos iba a pasar nada. Además le conté que yo conocía al embajador de Perú en Argentina, lo que era cierto”.
Al descender en el aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, decenas de policías rodearon la aeronave. “Después del aterrizaje escuché unos ruidos extraños en la parte inferior de la nave. Las autoridades argentinas habían ordenado desinflar las llantas y después supe que también inhabilitaron una de las turbinas del avión”.
Aparte de la incertidumbre y el agotamiento, la situación se tornó aún más tensa. “Me di cuenta que a unos 70 metros había soldados apuntando hacia el avión, como en Brasil. Entonces pensé en lo peor”, dice la ex aeromoza
Ya para esas horas Braniff y el gobierno norteamericano habían exigido a las autoridades argentinas evitar todo tipo de operativo violento, pues el avión era considerado territorio estadounidense.
“Cuando el secuestrador se percató que la nave no iba a poder despegar empezaron las negociaciones a través de la radio”, recuerda Clorinda Ontaneda.
Ella nos cuenta que “Braniff se había asesorado de un grupo de psiquiatras y psicoterapeutas, quienes asistieron al interlocutor argentino que negociaba con Jackson. Le mencionaron que su familia estaba preocupada por él para calmarlo y así decidiera entregarse”.
“En ese lapso de tiempo también pude hablarle, e intenté convertirme en una socia, más que en una amiga. Le sugería maneras de escapar en caso entraran al avión a sangre y fuego”.
“Sin embargo, cuando me dejaba sola empecé a ensayar algunas formas de esconderme debajo de los asientos por si hubiera un operativo violento. Allí fue que comprobé que iba a ser imposible salvarme si eso ocurría”, explica Ontaneda Bernales.
“En un momento un funcionario de Braniff entró al avión para conversar con el secuestrador. Jackson me tomó como escudo humano, sin dejar de presionar la pistola contra mi espalda, a la altura del riñón. Entonces me vino una reacción de histeria porque la presencia de esa persona estaba poniendo mi vida en peligro. Así que le grité que se fuera, con lisuras y todo”, recuerda la exhostess de Braniff.
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Otro momento tenso fue cuando hubo un forcejeo entre el ingeniero de vuelo y Jackson. Pero no llegó a mayores. “Recuerdo que Williams intentó arrebatarle el arma aprovechando su enorme físico, pero Jackson también era alto”, cuenta la señora Clorinda.
Las conversaciones duraron toda la noche y parte de la madrugada del 5 de julio. “Antes de amanecer Jackson se acercó y me preguntó: ‘¿Quieres salir de aquí y ser libre o quedarte y morir?’. Le contesté que quería salir. ‘Entonces lárgate, me gritó’”.
“Me paré con serenidad, caminé para buscar mi abrigo y mi maletín hacia la parte delantera. Allí fue la primera vez que vi a Lucrecia de cerca, que estaba sentada en un asiento de primera clase, detrás de la cabina de mando”.
“De pronto se abrió la puerta del avión y me jalaron con fuerza. Me introdujeron en un automóvil y fue recién allí donde empecé a llorar. Durante todo el secuestro nunca lloré”.
La llevaron entonces a las oficinas de Braniff, donde la policía la interrogó. “No quería responder preguntas pero tuve que hacerlo. Luego me trasladaron a un hotel, pero estaba lleno de periodistas. Me hicieron salir por la cocina para alojarme en otro”, indicó Ontaneda.
“En ese hotel me encontré con Delia, quien me dijo que había sido liberada primero que yo. El último en salir había sido el piloto”.
“Aunque nos dieron habitaciones separadas, le pedí a Delia quedarme con ella. Por algún tiempo la llegada de la noche me generó una situación de inquietud y temor, y no volé durante varios meses”.
Jackson se entregó a los miembros de seguridad argentinos, que subieron hasta la nave para detenerlo.
El 5 de julio las aeromozas peruanas regresaron al Perú y fueron recibidas entre lágrimas y abrazos por sus familiares en el aeropuerto Jorge Chávez. Se les entregó unos ramos de flores y luego ofrecieron una conferencia de prensa en el salón de huéspedes de Braniff. Allí contaron los detalles de su odisea.
Hoy, a 50 años de aquella experiencia, Clorinda Ontaneda es madre de dos hijas y esposa del filósofo argentino Edgardo Albizu, con quien se casó en 1975. Su vida en los aeropuertos empezó a los 16 años, esto le permitió viajar mucho, conocer gente y vivir innumerables experiencias. Se retiró en 1981 y se dedicó a otras actividades, una de ellas la educación.
Enseñó en la Universidad de San Marcos, en la Escuela de Turismo, con el rigor académico que respaldaban sus estudios superiores, pero sobre todo con las lecciones que la vida en la aviación comercial le había dado, y que no se aprenden en ningún salón de clases.
Al final de la entrevista, Clorinda comparte con nosotros –vía whatsapp, como corresponde a estas épocas de pandemia- fotos de las placas de agradecimiento entregadas por sus alumnos, recuerdos que guarda con gran afecto y orgullo.
La dejamos vital y laboriosa, entregada a sus clases virtuales de inglés y esperando viajar pronto –por avión por supuesto- para reunirse con su esposo Edgardo y sus hijas, quienes radican en el extranjero por razones de trabajo y estudio.
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